La Batalla de Camarón
EL COMBATE DEL 30 DE ABRIL DE 1863, EN EL CAMARÓN (VER.).
- TEXTO ORIGINAL: GRAL M. PÉNETTE Y CAP. J. CASTAINGT -
En la noche del 29 al 30 de abril de 1863, una compañía del Regimiento Extranjero, la 3ª. del primer batallón, al mando del capitán DANJOU y de los subtenientes VILAIN y MAUDET, recibe la misión de proteger el paso de un convoy de municiones, de armas y
también transportando tres millones de francos en oro a las tropas que sitian a Puebla, y se dirige por Paso del Macho hacia Palo Verde.
A las siete de la mañana, se enfrenta a un cuerpo de caballería de la Brigada del Centro al mando del coronel Francisco de P. MILÁN, Gobernador del Estado y Comandante militar del Estado de Veracruz, que ha establecido su cuartel general en La Joya, a unas dos leguas de distancia del punto de Camarón (ex Temazcal, hoy Villa Tejeda).
Después de haber rechazado dos primeros asaltos con bayoneta calada, el capitán DANJOU retrocede hasta una “casa de material” de la hacienda de la Trinidad, a una legua y media de Palo Verde. El capitán DANJOU hace fortificar rápidamente el caserón y aspillar las paredes delpatio que mide más o menos cincuenta metros de cada lado. El combate comienza y desde el principio no deja ninguna esperanza a los sitiados, cuyo jefe sabe bien el viejo lema de “Plaza sitiada, plaza tomada”. Y, conociendo de antemano la suerte de sus hombres, él les hace jurar de defenderse hasta la muerte.
Todos juran.
A las diez y treinta de la mañana, el coronel MILÁN manda un parlamentario, el capitán Ramón LAINÉ, de su Estado Mayor. Es hijo de un ciudadano francés capitán del puerto de Veracruz. El transmite en francés la intimación del coronel MILÁN a los legionarios a rendirse.
El capitán DANJOU no deja ninguna esperanza al parlamentario: “Tenemos bastante parque y seguiremos combatiendo”. Pocos instantes después, el capitán DANJOU muere y toma el mando el subteniente VILAIN.
Alrededor del mediodía se oyen tambores y los legionarios creen que es un refuerzo procedente de Paso del Macho, donde el capitán SAUSSIER encabeza una compañía de granaderos del mismo regimiento, acampada en la torre que se llama todavía
actualmente el “Fuerte de los Franceses”.
Pronto se desengañan; se trata de la infantería de la Brigada del Centro con sus fuerzas de Guardia Nacional de Jalapa, de Córdoba y de Veracruz y Coscomatepec y corporaciones de “varios pueblos indígenas”. A las dos y media, el subteniente VILAIN muere y el mando pasa al subteniente y abanderado MAUDET, que rechaza, un momento más tarde, otra intimación de rendición de parte del adversario.
La lucha sigue feroz y recia, los adversarios “prodigándose la muerte con furor” y al terminar el día, después de una lucha que un historiador francés llamó una “lucha de gigantes”, habiendo jurado de defenderse hasta la muerte, su parque agotado, dos de sus oficiales muertos, el tercero mortalmente herido, dejando sobre el terreno un total de 22 muertos y 23 heridos, la 3ª compañía del Regimiento Extranjero sucumbe bajo el número superior del adversario, después de una última tentativa de salida a bayoneta calada causando a los contrarios bajas considerables. El parte oficial francés del combate menciona los nombres de dos jefes y de un oficial
mexicanos que se señalaron por los miramientos tenidos para con los heridos y los prisioneros; procedimiento quizás único en los anales históricos militares, siendo más bien costumbre callar los rasgos humanitarios del enemigo.
Se trata, se ve, de un episodio de reducida envergadura. Durante las campañas de la Intervención hay otros ejemplos de acciones similares; y se podrá encontrar sin lugar a duda muchos otros semejantes en otras campañas militares que desencadenaron contiendas entre adversarios decididos.
¿Por qué razón pues la Historia concede a éste, un tratamiento particular? Sencillamente quizá por juntarse en él aunadas todas y cada una de las primicias esenciales del valor militar: la valentía, la voluntad de vencer, el desprecio de los
sacrificios, la fidelidad en el cumplimiento de la misión, los sentimientos de humanidad.
¡Cómo no admirar con el máximo respeto el patriotismo y el espíritu combativo de los guardias nacionales y de las guerrillas, apresuradamente reunidos por el coronel MILÁN para este combate de exterminación! Asalto tras asalto, ola tras ola, los patriotas veracruzanos chocan contra este bastión de combatientes irreductibles, aceptando, para triunfar, la pérdida de cientos de ellos, muertos o heridos.
Sus contrarios, los legionarios, constituyen por tradición, una tropa de élite (a menudo se ha dicho que es la mejor del mundo). En 1863 eran especialmente aguerridos. Muchos de ellos se habían batido en Argelia primero, en Crimea después en 1854, en
Italia en fin en 1859. Eran hombres que sabían lo que combatir significa, y si pueden resistir a la primera intimación a rendirse a las diez y media de la mañana, no es lo mismo cuando al mediodía ven llegar a los Batallones de Guardia Nacional reforzando el cerco.
Saben que están perdidos. Sin embargo, nadie protesta cuando el subteniente MAUDET después de la muerte del capitán DANJOU y del subteniente VILAIN rechaza una nueva intimación de rendición a las dos y media de la tarde. Y el combate se prolonga hasta que, al anochecer, los tres últimos legionarios válidos estén domados.
La resistencia está definitivamente aniquilada. La continuación de los acontecimientos es particularmente conmovedora. Los honores militares son dispensados a los sobrevivientes, de quienes, su vencedor, el coronel MILÁN, dijo: “¡Pero no son hombres, son demonios!”
Una vez los heridos confortados, el doctor Francisco TALAVERA, quien durante todo ese día había encabezado el Batallón de Guardia Nacional de Córdoba, retorna a su vocación de médico, y cura a los heridos que han recogido a la orilla del vaso de una pequeña presa.
En Huatusco, a donde estos heridos son transportados después, la población manifiesta los más vivos sentimientos de humanidad hacia ellos, y el subteniente Clemente MAUDET dirá antes de morir, evocando los cuidados de una gran dama, verdadera representación de la mujer mexicana:
“En Francia dejé una madre, encontré otra en México”.
Secuelas
El 14 de julio siguiente, en San Juan Coscomatépec, por común acuerdo entre estados mayores de ambos bandos, se canjean los prisioneros sobrevivientes de la Legión Extranjera por un jefe mexicano, el coronel Manuel M. ALBA. Por los legionarios que fueron canjeados se supo que las tropas del coronel MILÁN y en particular el coronel CAMBAS y el capitán LAINÉ les habían dado muy buen trato.
La impresión que domina este episodio guerrero es la inutilidad de la lucha; con todo se continúa combatiendo.
Por lo que a los mexicanos toca, una vez realizado el cerco, su objetivo táctico está alcanzado. Han dejado a su adversario en la imposibilidad total de actuar. Saben que por el sólo hecho de que las horas pasan esa presa les pertenece y mientras tanto incesantemente continúan el asalto. Los legionarios, ya se dijo anteriormente, no conservan ninguna esperanza. Su honor militar está a salvo y nadie podrá juzgarlos con severidad si rinden las armas. No obstante luchan, lisa y sencillamente porque cuando se tiene el honor de llevar el uniforme militar y una arma, nadie se rinde mientras puede utilizarla.
En este momento, parece que se dibujara enlas nubes de l campo de batalla, algo como una inmensa Diosa de los Ejércitos, símbolo de esta noción superior, la “Fidelidad a la Misión”.
Se da una misión; se acepta. Una vez aceptada, se ejecuta calladamente, sin tolerar qué consideraciones extrañas de esencia intelectual o sentimental atenúen la voluntad de cumplir.
El motivo que inspira esta fidelidad es muy diferente en cada uno de los bandos. El de los mexicanos, es fácil de comprender: el adversario es el invasor, el que representa el imperialismo y el absolutismo, el que amenaza a las libertades individuales y la independencia nacional. La misión de los mexicanos es hostigarlo, atacarlo donde quiera que se presente y destruirlo cada vez que sea oportuno y factible.
En aras de este gran principio y de este motor humano, la libertad, los cadáveres se
amontonan ante los muros de la hacienda. El motivo de los legionarios parece más difícil de entender. Se encuentran en esté infierno que no llega a la décima parte de una hectárea: Alemanes, belgas, suizos, un holandés, un danés, un español, un austríaco, dos italianos, polacos y franceses.
¡Ideológicamente, qué les importa esta aventura militar decidida por el amo de un país que en la mayoría de los casos, no es el suyo!
Su único lazo moral es la promesa hecha de servir con honor y fidelidad a una bandera bajo cuyos pliegues han querido vivir, y cuya patria les acogió con generosidad. Y es para no renegar este juramento y porque han recibido la misión de combatir por todas partes, hasta el fin, que uno por uno, en el recinto del patio de la casa de material de la hacienda de la Trinidad, van cayendo hasta el último.
De las ruinas aún humeantes de los cobertizos del patio, cuando el silencio por fin se hace, cuando se reagrupa a los muertos y se evacúa a los heridos, se desprende la noción sublime de la Fidelidad a la Misión, recibida y cumplida hasta el supremo sacrificio, en toda la pureza del cumplimiento íntegro del deber, en un campo como en el otro Luego, la fama de las cien bocas se adueña del hecho histórico, empezando por la consagración oficial. Se decide que el nombre de la pequeña ranchería del Estado de Veracruz, Camarón, con su ortografía fonéticamente afrancesada “Camerone” por los mismos
legionarios, figurará antes de la mención de cualquier otro lugar de batalla célebre sobre la bandera del Primer Regimiento Extranjero y que el nombre de los tres oficiales será grabado en letras de oro sobre los muros del Palacio de los Inválidos en París, no muy lejos del mausoleo de Napoleón.
Después, la Legión Extranjera, empeñada en otros teatros de operaciones, en Francia, en Extremo Oriente, en el Océano Indico, rememora con orgullo la recia determinación de los sesenta y dos legionarios de Camarón, y decide escoger el día 30 de abril como fiesta anual y solemne de su Cuerpo. Paulatinamente, cuando vencen sus contratos, los legionarios regresan a su país de origen, en todas partes del mundo, llevando con ellos el relato del combate, el de la “gesta de Camarón”, que, progresiva e insensiblemente se vuelve leyenda.
Y es así, en 30 de abril de cada año, a veces en los rincones más remotos de la Tierra, y en México también, que los ex legionarios se juntan, el espíritu por un momento desprendido de las preocupaciones materiales y de las contingencias cotidianas, y se recogen fervorosos y callados en un rito sagrado: el de “Camarón”, el de la “Fidelidad a la Misión”, aceptación silenciosa de la consumación del sumo sacrificio... Y calmada la excitación de los combates y curadas las heridas, la amistad de dos naciones y de dos pueblos resurge y prosigue su armonioso desarrollo. Empero sería demasiado poco dar a la “gesta” de Camarón el carácter de un ferviente y común homenaje franco-mexicano, a la memoria de sus héroes. Deben compartir este homenaje todos los hombres, de todos los países y de todos los tiempos, desde la edad de la flecha hasta la edad interespacial, que prefirieron perder antes la vida que ceder ante la fuerza... conservando así el valor verdadero del hombre, por la maravillosa afirmación del triunfo irresistible del espíritu sobre la materia.